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sábado, 29 de enero de 2011

Cinema Purgatorius # 1

Después de torturar a la generación crecida y deformada en los 70 con ladrillos como ‘Asignatura pendiente’ o ‘Solos en la madrugada’, y un poquito antes de hacer el ridículo en Hollywood con su esmoquin blanco al recibir el Oscar por ese otro truño llamado ‘Volver a empezar’, José Luis Garci logró un inusitado éxito de crítica y público con ‘El crack’, que, huelga decirlo, es la única película que soporto de este señor, junto a algunos momentos de ‘El abuelo’... y ninguna más.
¿Y qué tiene ‘El crack’ que no tengan las demás cintas de este señor? Humor, desde luego que no. Calidad en los encuadres, tampoco. Y una fotografía decente, menos todavía. El cine de Garci es, en general, un refrito de miles de influencias mal digeridas y un alarde de pedantería excesiva, por no hablar de unos diálogos ortopédicos, una cadencia más lenta y farragosa que una explicación de Carmen Sevilla y un abuso del tabaco rubio que, sin duda, motivarán que Pepe Sacristán, Fiorella Faltoyano o Lydia Bosch mueran de cáncer a no tardar, por culpa del director que nunca se llevó bien con la gillette. Pero estábamos en las diferencias entre ‘El crack’ y el resto de la filmografía de Garci. Se reduce, en esencia, a una cuestión sustancial: pasan cosas. No como en ‘You're the one’, por ejemplo.

‘El crack’ es una historia policíaca, en la que Alfredo Landa encarna a Gerardo Areta, un detective atormentado y muy dado a la patada en los huevos como argumento defensivo. Ambientada en el Madrid de 1981, un mal día Areta recibe la visita de un enfermo semiterminal cuyo empeño consiste en buscar a su hija treintañera, agraviada y rencorosa, para hacer las paces antes de irse a hoyo. A partir de ahí, la trama se lía, reconozcámoslo, de modo magistral, implicando a un nutrido plantel de actores que no paran de hablar ni debajo del agua. Caso de Miguel Rellán haciendo de ayuda macarra de Areta, María Casanova (¿donde demonios anda ahora?), José Bódalo (impagable comisario que alecciona vía Kypling a mi tocayo "El Brujo" en su papel de madero secreta) o ese grimoso Manuel Tejada (daba mal rollo hasta en ‘Verano azul’) al que le toca la china de "ex policía corrupto que gracias a su maldad ahora es rico, putero y cabrón". Todos ellos, la verdad, adolecen de ese rol de "cómo me creo mi personaje" que imprime Garci a sus pupilos. El único que se sale del cliché, y con nota, es Landa, que por entonces también se había librado del estigma de cómico cazurril, tipo ‘Cateto a babor’ con filmes como ‘El puente’ de Bardem, en 1978, que probablemente sea la primera película en que demuestra su gran virtud: ser un actor como la copa de un pino, por el que entonces nadie daba un duro, y al que todos hubiesen metido en el saco de Cine de Barrio per secula seculorum. Un diez por él. La trama de la peli que nos ocupa (que no voy a desvelar) lleva tanto a un puente sobre el río Tajo como a Nueva York, pasando por Ponferrada o por un ring pugilístico de Madrid que, me imagino, jamás existió realmente. Landa-Areta hurga en la mierda de todo el mundo a cuenta de explicarle al viejo qué ha pasado con la chica resentida, hasta que le salpica un asesinato en las narices, que iba destinado a él pero del que se libra por un pelo del bigote, siendo víctima propiciatoria del desenlace el único personaje entrañable de todo el mogollón, que tampoco voy a decir quién es. Areta descubre que está rodeado de traidores y resuelve el caso, para acto seguido llevar a cabo una venganza múltiple que, sin embargo, no le redime, sino que le devuelve a un día a día miserable que ‘El crack II’ (secuela bastante mala, de 1983) se encarga de revelar.

Areta-Landa, pipa en mano, ejerciendo de justiciero en una pizzería de NY. 
(No intente hacer esto en su casa, por amor de Dios...)

En resumen: una cinta de cine negro y castizo que funciona pese a que roza el despropósito dos o tres veces, sin caer en él, de modo casi circense. La mejor película del director más insufrible que ha dado la sala de butacas de la Filmoteca de Madrid. Sólo por eso (por ‘El crack’, digo) se merece que le dejen diez minutos en paz y que no le llamen retrógrado, maniqueo, pedante y amante de los tópicos más necios que concebirse puedan. Sólo durante diez minutos, o por lo menos durante la hora y media escasa que dura esta película. Merece la pena, porque además de esquivar las necedades de la época de Primo de Rivera tan caras ahora este señor, es entretenida y además tiene un discurso coherente, en el que (supongo que de milagro) las piezas encajan. Por algo la dedicatoria a Dashiel Hammett con que comienzan los créditos es la única cita que tiene sentido en todo el cine del hombre con las peores chaquetas que ha alumbrado el cine español.

PD. Nótese que en todo el texto no se ha mencionado a Hitchcock, a Cayetana Guillén Cuervo o a la Amarrosa, ni a al amor cegarato y torpón que Garci profesa a Asturias. Me ha costado un poquito, lo reconozco, pero en eso estábamos. Y es que en el fondo, a tipos así se les coge cariño, aunque sea sólo por ser parte de nuestro imaginario. Y también por películas como ‘El crack’, claro.

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"Sólo hay una cosa peor que el que no hablen de uno, y es que hablen bien"

(Oscar Wilde) 

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