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viernes, 10 de diciembre de 2010

España profunda # 2

Las dichosas necesidades fisiológicas son un incordio las más de las veces. ¿Quién no ha tenido que ausentarse de una reunión laboral o un cónclave familiar con la matraquilla de "perdonad, tengo que ir al baño"? También son, a sus debidas horas, un acto de socialización, palpable en frases como "venga, que tengo que ir a cambiar el agua al canario", el muy femenino "vamos al servicio, que voy a contarte una cosa" o el telúrico (y un tanto brusco) "picha española nunca mea sola". Y el acervo popular también extiende al hecho de aliviar varias frases como "tal cosa es más fácil que mear", "con esa opinión estás meando fuera", "esto es para mearse de gusto", "yo es que me meo de risa"... y podríamos seguir así durante horas.

Ahora, que todo tiene su tiempo, y, sobre todo, su lugar. Para eso se hicieron las ordenanzas. Los lectores más entrados en años recordarán aquellos carteles de "Se prohibe escupir y blasfemar", los más jóvenes habrán sufrido ese apremiante "Prohibido jugar a la pelota". Pero como mear, meamos todos, conviene escoger sabiamente el lugar en el que despedirnos del líquido compuesto por agua, urea y demás detritus a los que nuestros riñones obligan a decirnos "abur" para bien de nuestra salud. Tomen ustedes nota al leer carteles como este, no sea que un funcionario vestido de azul les regale un papelito para llevar al banco o les imponga una lección práctica de aquella otra frase que decía "la letra, con sangre entra".



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 "Los hombres deben de ser
 lo mismo que los cabritos
 o los capan de pequeños
 o los dejan enteritos"


(Cancionero popular asturiano, Llanes)

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